NUEVO TRATADO

Tras leer el Lazarillo de Tormes, teníamos que inventarnos un nuevo tratado como actividad final. Aquí está el mío:

"Yo, por aquel tiempo, dejé a mi amo y continué mi camino. Un día, mientras caminaba por el mercado de la ciudad, unas voces se hacían oír entre la multitud:
-¡Paradle! ¡Que alguien detenga al ladrón!
Sin saber qué ocurría, continué cabizbajo mi camino, pensando en que más me valía encontrar un nuevo amo pronto. De repente, choqué con alguien, y ambos caímos al suelo ruidosamente. Me llevé un buen golpe en la cabeza, pero eso no les importaba a los dos hombres que agarraron y se llevaron a quien me había tirado. Y menudo golpe de suerte.
-¡Joven!- exclamó el hombre que antes gritaba.- ¡No puedo creer la habilidad que has tenido para atraparle!
Yo, sin querer desmonorarle sus fantasías, guardé silencio y esbocé una pequeña sonrisa.
-¿Cuál es tu nombre?- preguntó.
-Lázaro, señor, Lázaro de Tormes.- contesté.
-¿Y qué hacías por aquí tú solo?- volvió a cuestionarse.
-Acabo de dejar a mi amo y estoy buscando otro.- expliqué.
-Pues deja de buscar, Lázaro, acabas de encontrar a tu nuevo amo.

Y, efectivamente, ese fue mi primer encuentro con aquel vendedor,  quien a partir de entonces sería mi amo. Pasé muy buenos tiempos con él, aunque no podía alimentarme tanto como hubiese deseado. El viejo vendedor ya tenía unos cuantos años, por lo que no le venían mal un par de ojos más para vigilar su puesto. El vendedor me enseñó algunos trucos de su oficio, como, por ejemplo, persuadir a los clientes para que compren sus productos. Me explicó, que cada cierto tiempo, tendríamos que cambiar de destino, justificándolo con que el público era distinto dependiendo de la ciudad. Sin embargo, a mi parecer, era porque no tenía una casa donde quedarse. Tampoco me importó demasiado; al fin y al cabo, había estado en peores situaciones, y no me había quejado. Un día, cuando nos encontrábamos en las calles de Salamanca, el vendedor me dijo:
-Lázaro, no despegues los ojos del puesto. Vuelvo en un segundo.
A pesar de que siempre repetía lo mismo, hice lo que mi amo me ordenó. Alguien empezó a tirarme del brazo y me llamó la atención.
-Por favor, joven, unas monedas.- pidió el mendigo que estaba arrodillado junto a mí.- Ten piedad.
-Lo siento, pero…- y en ese instante que me descuidé, un estruendo me hizo colocar la mirada sobre el puesto de nuevo.
Un hombre había agarrado una de las telas de mi amo, y al tirar de ella para salir corriendo, tiró también de otras cosas que se encontraban sobre el puesto. El ladrón ya estaba a una distancia considerable, y había desaparecido al fondo de la calle.
-¡Lázaro!- exclamó mi amo al ver el desastre que había ocurrido.- ¿Por qué no lo has detenido?
-¡No he tenido tiempo!- me justifiqué.- Lo siento mucho.
-¿Que no tuviste tiempo?- repitió riendo sin ningún rastro de humor.- ¡Podrías haberlo detenido como hiciste con aquel otro ladrón!
-¿Chocándome con él?- cuestioné.
-¿Cómo dices?- preguntó confundido.
-Me choqué con el ladrón. No lo frené a propósito.- expliqué sintiéndome ligeramente culpable.
El vendedor me miró con el ceño fruncido. preguntándose qué iba a hacer conmigo. Y bueno, no hace falta decir que aquel fue mi último día llamándole amo."

Comentarios

Entradas populares de este blog

GAVIOTA DE LOS PARQUES

¿Qué tipos de ídolos predominan en la actualidad?

Guía de lectura de Historia de una escalera