El árbol de la ciencia

Aquí os dejo el trabajo que realicé sobre este libro de Pío Baroja. La tarea consistía en asumir el punto de vista de Andrés Hurtado y seleccionar cinco momentos de su vida que hayan contribuido de manera fundamental a su formación como persona adulta. Para ello tuve que seleccionar un tipo de discurso y, en mi caso, escogí el diario.
No me resultó una tarea pesada porque me gusta escribir y me pareció curioso intentar meterte en la piel de un personaje y escribir como si fueras él.



"20 de noviembre 1898

Ha llegado un punto en el que ya no le veo sentido a la vida. Puede que haya llegado hace tiempo, pero ahora, rememorando cada momento de mi existencia, he llegado a la conclusión de que nada de lo que hay en este mundo merece la pena.

No sabría remontarme a un momento exacto en el que todo parecía empezar a desmoronarse a mi alrededor, supongo que siempre ha sido así. Sin embargo, si tuviese que elegir un momento en el que todo empezó a ir de mal en peor, sin duda fue la muerte de mi madre. 
Desde entonces, aunque en casa vivíamos cinco hermanos y mi padre, era como si viviese solo. Mi padre era completamente distinto a mí, con ideales y actitudes que yo detesto. De mi hermano Alejandro, mejor no comento nada, ya que es un completo inútil. Con Pedro y Margarita, tampoco tenía demasiada relación. El único que me alegraba los días era Luisito. 

Ay, Luisito.

Supongo que desde entonces he sido una persona reservada e independiente, con tendencia a apartarme de los demás. En casa nunca me había merecido la pena compartir todo lo que pensaba. Solo causaba peleas y discusiones.

La muerte de Luisito sí que fue un golpe duro para mí y no creo que nunca lo supere, si soy honesto. Al principio, cuando recibí la carta de Margarita en Burgos, no lograba creérmelo. Una vez procesé la información, no sentí nada. Precisamente eso me hizo sentirme peor. No era capaz de imaginar a mi hermano pequeño, quien siempre había estado sano, fuerte y lleno de energía, muriendo tan dolorosamente como debía haberlo hecho. Mi esperanza en la vida se esfumó con él.

Tras aquello, no pude evitar verme atraído por obras filosóficas como las de Kant. Me gustaba darle vueltas a las cosas, buscar el por qué y el sentido de todo. Supongo que lo que me gusta de Kant es precisamente que defiende que nada tiene sentido. Mi tío Iturrioz intentó convencerme de que me equivocaba y tuve una larga conversación con él. Decía que yo era demasiado pesimista y leer a Kant solo me estaba empujando a serlo aún más.

No me convenció, evidentemente. En Kant encontré un refugio, ya que compartía su pensamiento y no me hacía sentir tan solo. Sin embargo, mi indiferencia hacia la vida no hacía más que crecer. Ya entonces me planteé si debía tenerle miedo a la muerte y la respuesta era que no porque no existía nada más allá, nada a lo que tenerle miedo.

La poca fe que me quedaba en la sociedad cayó en picado cuando acepté un trabajo como médico de higiene. Aquel trabajo me amargó de una forma indescriptible. Vi con mis propios ojos las condiciones en las que trabajaban esas pobres mujeres y el dinero que ganaban los ricos a su costa. Me asombró en su momento cuando me enteré de que dos de las casas en las que se encontraban estas mujeres eran regidas por un cura. Digo "en su momento" porque si me lo dijeran ahora, ya no me sorprendería. Nada podría sorprenderme a estas alturas. La ira y la frustración se intensificaron entonces. Tampoco entendía por qué nadie se rebelaba contra situaciones como esa.

Al final, todo concluye en este momento. No lo voy a negar, hubo un momento de cierta calma en el que vivía medianamente feliz con Lulú. Como era de esperar, ese momento acabó. La noticia de que iba a ser padre me angustió y el embarazo no fue fácil ni para Lulú ni para mí. Sin embargo, el momento del parto todavía fue peor.

Nuestro hijo nació muerto. Sentí un dolor indescriptible tanto por él como por Lulú. Ella había perdido casi todas sus fuerzas en el parto y no tardó en morir y abandonarme para siempre. 
Lo único que me mantenía vivo se ha marchado para siempre, llevándose con ella toda mi energía. Por ello, concluyo mi relato aquí. Quien me encuentre mañana por la mañana, encontrará también este diario. 

Tío Iturrioz, si estás leyendo esto, no te preocupes por mí. Como ya te dije, no le tengo miedo a la muerte."






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